Manuel Cañada une experiencia y rigor
intelectual en un paseo imprescindible por la precariedad como forma de
dominación violenta del trabajo por parte del capital, titulado "Tiempos
precarios".
“La vida, la salud, el amor son precarios,
¿por qué el trabajo no habría de serlo?”. Laurence Parisot, presidenta
del Movimiento de Empresas de Francia (MEDEF)
“Fuera de la actualidad se encuentran los
que no son el día: los vencidos, los extravagantes, los proletarios”.
Hoy la condición obrera se encuentra aun más fuera de la actualidad que
cuando Miguel Espinosa escribiese estas palabras en su amarga novela “La fea
burguesía”.
Hoy el mundo del trabajo está sumergido,
invisibilizado incluso semánticamente: es curioso, por ejemplo, que incluso
organizaciones filantrópicas como Amnistía Internacional o Greenpeace
hayan adoptado la misma musiquilla de ocultación y dispongan de flamantes
“departamentos de recursos humanos”. El trabajo humano, en cuanto recurso,
dejó de ser sujeto social y “pasó a ser organizado por la empresa-capital
y la sociedad-economía” 1.
Se trata aquí, por tanto, de hablar de lo
innombrable y contribuir al paciente trabajo de desocultación. Se trata de
escaparnos de la telaraña locuaz, del ruido dominante que esconde nuestras
vidas.
Buscar trabajo hoy
“Mujer ecuatoriana trabajadora y
responsable se ofrece para trabajar por horas en cuidado de niños, cuidado
de ancianos, limpieza, plancha o cocina española sencilla. Experiencia y
referencias demostrables”.
En Madrid, anuncios como éste pueden
encontrarse en una marquesina de autobuses, en un supermercado, o en una
tienda de fotocopias. Hoy, el trabajo puede buscarse en cualquier sitio. En
cualquier sitio menos, obviamente, en una oficina del Instituto Nacional de
Empleo (INEM). Al INEM se va, con los dedos cruzados y encomendándose a la
fortuna, a solicitar la prestación o el subsidio de desempleo o por razones
de fuerza mayor, pero de ninguna manera a algo que tenga que ver con
encontrar trabajo.
La selva que se inaugurara oficialmente con la
reforma laboral del año 94, legalizando las Empresas de Trabajo Temporal (ETT)
y las agencias privadas de colocación, está ya densamente poblada.
Sanguijuelas grandes y pequeñas, pirañas de todos los colores, buitres de
todos los tamaños. Y se ha producido y se está produciendo una hibridación,
una combinación de formas diversas de depredación laboral que parece no
tener fin.
Uno se puede encontrar con ejemplares
transgénicos, productos de la mutación e ingeniería laboral, como el
siguiente: para trabajar de reponedor, primero vas a una Organización No
Gubernamental (primer despacho y primera entrevista) que pasa sus datos a
una empresa que se dedica a gestionar mano de obra (segundo despacho
y segunda entrevista), que a su vez intermedia con la subcontrata (tercer
despacho, tercera entrevista y con suerte destino definitivo) que se encarga
de la reposición de mercancías en la gran superficie comercial
correspondiente (cuarta empresa o mejor dicho ente celestial, principio y
fin de la Creación e inaccesible por definición para el mortal aspirante a
reponedor).
Un ejército desarmado de precarios recorre
incansable, de una punta a la otra, las grandes ciudades pertrechados de
currículum y sonrisas telefónicas. O rellenan formularios en los que las
empresas traficantes de trabajadores, como es el caso del Grupo
Avanza-Recursos Humanos, incluyen, bajo el epígrafe “Referencias
profesionales y personales (imprescindible cumplimentarlo)”, la pregunta
sobre las empresas anteriores en las que el solicitante de empleo estuvo y
el motivo del cese. Está mucho más cerca de lo que imaginamos (si no
lo estamos ya, en este brutal retorno a la prehistoria del movimiento
obrero) aquello que contara Edward P. Thompson en La formación de la clase
obrera en Inglaterra: “Se estableció un pacto entre los patronos y uno de
sus primeros artículos fue que ningún amo debía emplear a un hombre hasta
que hubiese averiguado si su último patrono le había despedido”
2.
Orientadores de empleo, orientadores
sociolaborales, monitores, integradores, mediadores, gabinetes
psicopedagógicos, trabajadores y educadores sociales, una división de
trabajadores, precarios en su gran mayoría, que compone la floreciente
industria de lo social, se encarga de explicarle a otros tan o más
precarios la “importancia del currículum”. “Tienes que saber venderte”,
repiten muchos con palabras insensatas la papilla culpabilizadora
fabricada en la batidora del poder.
Las empresas mientras tanto van refinando sus
procedimientos de selección. La entrevista colectiva es uno de ellos, con
sus preguntas desconcertantes para cada uno de los integrantes del grupo:
“¿Cómo te ves dentro de 10 años?” Aunque las empresas más innovadoras han
incorporado el original método del curso de formación-selección, o sea, 2 ó
3 días “formándote” gratis, y siendo observado previamente a la realización
del ansiado contrato. Y todo esto no para trabajar de directivo, como los
protagonistas de El Método, sino para ganar la friolera de 600 ó 700 euros
mensuales.
Las dinámicas de grupo han hecho furor entre
los procedimientos de selección. ¿Quién dijo que las empresas eran
retrógradas o jerárquicas? Ahora se lleva mucho la técnica participativa.
Sobre todo profesionales precarios del gremio educativo se encargan de
trasladar a las empresas todo el potencial horizontal y participativo
incubado en los movimientos de renovación pedagógica o en los movimientos
sociales alternativos. Inteligencia emocional, participación y
“horizontalidad”.... al servicio de la competencia entre los
parados-precarios y el darwinismo empresarial. Las empresas de la guerra
capturando y deglutiendo las creaciones y los aprendizajes del movimiento
contra la guerra...
Otra invención notable es el “teléfono del
candidato” que han fabulado, en su inagotable creatividad, sobre todo las
grandes empresas como por ejemplo Atento. Si no te llaman y te inquieta que
no te llamen, hazlo tú. Allí la empresa, sin que siquiera un encargado se
manche la voz, te comunicará, a través de otro trabajador, casi con toda
seguridad precario, que “no has superado el proceso de selección”.
El diccionario nos indica que traficar es
sinónimo de comerciar. Y el etimológico de Corominas encuentra su origen en
“transficare” (manosear). Pues bien, las prácticas de selección y
contratación hoy vigentes y dominantes, en lo que respecta al menos a
parados y precarios, pueden denominarse, sin exageración alguna, de tráfico
de trabajadores. Tráfico, en su doble sentido, de comerciar y también de
manosear.
Interrumpamos ya la muestra de prácticas
imaginativas de las empresas y avancemos una primera conclusión. La
“gestión” de recursos humanos o del “mercado de trabajo” no es un dato más,
un simple episodio de la dominación del capital sobre el trabajo. Con
demasiada frecuencia los sindicalistas oficiales y “la izquierda” sustituyen
el análisis por la contabilidad, la comprensión global por el economicismo,
las relaciones sociales por la estadística.
“El proceso de producción capitalista se
presenta como proceso de apropiación capitalista de la fuerza de
trabajo: que ya no es simple compra de esta mercancía, sino
reducción de su naturaleza particular bajo el dominio propio; no será nunca
más acto de intercambio individual, sino proceso de violencia social; no
solo explotación sino control de la explotación” 3.
Mario Tronti identifica la naturaleza de “esa mercancía peculiar que es la
fuerza de trabajo” y el nervio que cualifica la relación obrero-capital:
violencia, control, poder en definitiva.
La externalización, la subcontratación, la
flexibilidad, la precariedad laborales no son simplemente las consecuencias
procesales de la producción flexible. Son, en primer lugar, un instrumento
de dominio y de planificación del dominio sobre la clase obrera. El “uso
capitalista de la clase obrera”, prácticamente a conveniencia en este
momento histórico, expresa en un espejo invertido la radical ausencia de
poder social por parte de los trabajadores.
¿Mercado de trabajo o de trabajadores?
“Ved aquí el
mocerío. A ver ¿quién compra
este de pocos años,
de la tierra
del pan, de buen
riñón, de mano sobria
para la siega; este
otro, de la tierra
del vino, algo
coplero, de tan corta
talla y tan fuerte
brazo, el que más rinde
en el trajín del
acarreo? ¡Cosa
regalada!
Claudio Rodríguez: “La contrata de mozos”
Agucemos el oído. Escucharemos hablar a
trabajadores “mondos y lirondos” con naturalidad pasmosa de “el mercado”. El
mercado, como una fuerza telúrica, ineluctable, sagrada. El mercado como un
dios regulador de haciendas y vidas. Y el mercado de trabajo como otra
parcela más del gran latifundio de los hados.
En la sociedad capitalista “el trabajador
queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías”
4. En el capitalismo, el trabajo, como plasmara vigorosamente Marx,
“no sólo produce mercancías, se produce también a sí mismo y al obrero como
mercancía”. Esta certeza, que constituía un conocimiento acumulado por
los obreros a través de la historia y transmitido generacionalmente, ha sido
arrumbada en los últimos años. Hoy es fácil encontrarse a licenciados
universitarios que, a pesar de tener que malvivir durante años como
teleoperadores, se abonan al “mito de la transitoriedad” 5 y a la
ficción de la libertad de trabajo.
Frente al autismo de quienes se enrolan (e
intentan enrolar a los demás) en el engaño de la “democratización” del
mercado de trabajo, hay que volver al principio, a las certidumbres
elementales. “Aquí no hay derecho al trabajo sino permiso de trabajo por
parte de los empresarios; el derecho del empresario a obtener plusvalía
tiene más fuerza que el derecho al trabajo y a un salario digno de todos los
trabajadores” 6.
El problema no es que “el mercado de trabajo
funcione mal”, sino que el trabajo mismo constituya un mercado. Salirse de
“la calandria dominante” es una condición indispensable siquiera para
imaginar una sociedad distinta en la que el trabajo se libere del yugo del
salario y de la alienación, y se atreva a preguntarse “qué, para qué y
con qué consecuencias se produce” 7.
La naturalización de la precariedad
Vivir en ascuas. Vivir en la permanente
vulnerabilidad, en la adaptación continua, en la ansiedad sistemática. Vivir
en el presente perpetuo, en la desmemoria histórica, en el narcisismo
tramposo del consumo. Así nos quieren, así nos tienen.
El poder fabrica nociones funcionales al
totalitarismo de mercado que va imponiendo. Educación permanente, formación
continua, sociedad del conocimiento, calidad total, empleabilidad... La
adaptabilidad se convierte en una “virtud teologal”
8 al servicio del capitalismo flexible, de la producción
especializada, de la multiplicación milagrosa de las mercancías.
Mentalidad precaria y sumisa: a su creación se
han dedicado en la última década. Han conseguido normalizar, naturalizar la
incertidumbre. Han conseguido que seamos incapaces de pensar otro mundo, de
luchar por otro estado de cosas. Nos han hecho esclavos de nuestros
contratos por renovar, de nuestras hipotecas eternas. Y todo ello mientras
comprábamos su imaginario: han logrado que confundamos nuestro progreso con
la expansión de sus grandes superficies comerciales, nuestra autonomía
personal con sus negocios telefónicos o bancarios, nuestras derrotas con sus
victorias.
Al fin acabamos aprendiendo en nuestros
cuerpos magullados lo que significaba la palabra flexibilidad que invocaban
continuamente. Supimos que flexibilidad tenía infinitos sinónimos: contrato
basura, subcontrata, movilidad, accidente laboral, despido,
individualismo...
Precariedad y competencia se funden en un solo
cuerpo, se hacen indistinguibles. El poder moviliza todos sus instrumentos
de reproducción ideológica y cultural para afianzar los nuevos “paradigmas”:
educar para la precariedad y para la competencia se convierte en uno de sus
objetivos fundamentales. En la Universidad las empresas se introducen con
fuerza, seleccionando y fidelizando a la clase dirigente del futuro,
la que tendrá que hacer frente a las consecuencias (y convulsiones) de la
sociedad precaria madura. En los concursos de televisión se aprenden
las reglas básicas del todos contra todos: importancia de la doblez y de la
delación, necesidad de una estrategia competitiva, lógica de
el-ganador-se-lo-lleva-todo; y las empresas no tienen demasiadas
dificultades al introducir sus mecanismos de división, de incentivos y
negociación individuales.
“Adquirir experiencia laboral equivale a
imitar a Ulises, hacerse astuto, doctorarse en razón instrumental,
endurecerse frente al fracaso del otro. La ruptura con el “nosotros” es una
prueba de madurez emocional” 9. El psiquiatra Guillermo
Rendueles ha analizado lúcidamente las transformaciones que se producen en
esta situación de posesión del trabajador por el mercado. El yo oportunista
se afirma para sobrevivir en el caos mercantil.
“Ya sabes, aquí comes o te comen”: todos los
pececitos de la precariedad repitiendo las metáforas de los tiburones,
participando de los juegos suicidas de la selección natural diseñados en sus
casinos, en sus clubes de golf, en sus residencias de campo.
Ser explotado no garantiza la conciencia de
serlo, ni de sentirse explotado. “El sentimiento de explotación, que
constituía uno de los motores de la identidad obrera, sigue vigente. Pero se
vive ahora de modo individual, sin conexión con la colectividad” 10.
El poder consigue que desaparezca de la subjetividad obrera cualquier
vestigio de clase. Son mayoría los precarios que se sienten clase media,
que alejan su autoidentificación de cualquier referencia que huela a obrero
o sueñan incluso con el éxito individual del pequeño jefe.
La identidad obrera, como afirman Beaud y
Piafoux, queda desestabilizada, es arrinconada como un trasto viejo y
conflictivo. Los contestatarios molestan: los que plantan cara son “piantes”,
protestones, “están todo el día quejándose”.
El poder consigue eliminar el rastro del
conflicto. Y el lenguaje de ellos y el nuestro van reflejando ese
blanqueo de la explotación, esa adulteración de la realidad. Los
empresarios ahora ya no son tales, sino emprendedores. Ahora ya no te
despiden, se te termina el contrato. Y las representaciones discursivas de
la precariedad adoptan las metáforas de los juegos de azar (golpe de
fortuna, suerte, ganar-perder, valía personal, nómadas…)
11. La fuerza del destino retorna de su estado histórico durmiente
para legitimar el capitalismo global.
A menudo hemos idealizado el nomadismo de este
nuevo proletariado: nómadas que protagonizan el éxodo de la Ciudad de las
Mercancías... Pero ¿qué éxodo es posible en estas condiciones? ¿Hacia dónde?
Llamamos nómadas voluntarios a los que no son sino condenados a la
trayectoria errática, a la biografía rota, al yo maleable. Y nuestra
hipótesis, deseosa de hallar sujetos antagonistas, no es sino una mala
réplica del viejo cliché: la “crítica artista” de mayo del 68
12. Pero el poder demostró ya sobradamente que es
capaz de incorporar e incluso de ingerir como nueva vitamina la crítica
artista: los cachorros de la revolución del 68, que cambiaron los adoquines
de la barricada por los adosados de Majadahonda, convirtieron la
incertidumbre bohemia en precariedad sistemática, la crítica a la cadena de
montaje en carrusel espectacular de las mercancías.
Pero la explotación y el miedo siguen ahí, el
saqueo de las vidas precarias continúa, y ni todos los videoclips del
mundo son capaces de cerrar esa herida latente. El descubrimiento de la
impotencia personal y colectiva se resuelve en la clínica del
psicólogo. “El nuevo fantasma que recorre Europa no tiene un mundo nuevo
en su corazón sino una enfermedad del alma que ha sido bautizada en el
ámbito anglosajón como mobbing (en castellano, acoso moral).... El mobbing
es la caricatura del malestar laboral tradicional, un absurdo relato
psiquiatrizado de las formas clásicas de fatiga o estrés laboral una vez
descontextualizadas y expurgadas de su relación con la estructura de clases”
13.
El Marx corrosivo afirmaba que la Economía
Política consideraba al obrero “como un caballo cualquiera que debe ganar
lo suficiente para poder trabajar. No lo considera en sus momentos de
descanso como hombre, sino que deja este cuidado a la justicia, a los
médicos, a la religión, a los cuadros estadísticos, a la policía y al
alguacil de pobres”. Y en nuestros días habría que añadir a la nómina de
vigilantes de nuestro descanso al menos, a la televisión, a la publicidad y
a las nuevas generaciones de alguaciles de pobres, y, de entre ellos, la
legión de los psi..
Enfrentémonos a la precariedad soportando las
verdades, sin épicas postizas. Pero siendo capaces al mismo tiempo de eludir
el riesgo del nihilismo, el peligro del “no se puede hacer nada”. El
precariado no es una simple bola de billar del capital. No es sólo sujeto
paciente, sujeto doliente. “El sujeto es al mismo tiempo producto y
productivo, constituido en y constitutivo de las vastas redes del trabajo
social” 14. Rastrear las huellas de una
conciencia de la precariedad, recorrer “el camino que va de la clase
respecto del capital a la clase para si misma” 15, encontrar
las pequeñas veredas donde se produce e hibrida una subjetividad
revolucionaria. Resistir, convencidos de que "el trabajo vivo es una
simiente que yace a la espera bajo la nieve”.
La gran transformación
Globalización, neoliberalismo, posfordismo,
categorías-tentativas de interpretación de la Gran Transformación. Nos
aproximamos intentando ponerle nombre a nuestro marasmo, a la derrota, al
aplastamiento de las clases populares, a los posibles reagrupamientos para
volver a una lucha que no sea simple rutina de supervivientes.
Se ha producido un prolongado golpe de estado
contra el trabajo vivo, contra la inteligencia colectiva, del que la guerra
de Irak (y las que vienen) no son sino el intento de reproducción del
dominio por otros medios. Una subversión de las clases parasitarias para
embridar el potencial explosivo que suponen la simple posibilidad de
reapropiación colectiva de los productos de la cooperación humana (la
biogenética o la revolución tecnológica, por ejemplo), la conciencia de
colapso ecológico producido por el capitalismo o la repugnancia de los
pueblos colonizados frente al pertinaz imperialismo.
“La más superficial mirada del ser social
muestra la indisoluble articulación entre sus categorías decisivas, tales
como las de trabajo, lenguaje, cooperación y división del trabajo”
16. El capitalismo cierra el círculo de subordinación de esas
capacidades humanas. Algunos autores, tratando de explicitar la nueva
calidad del régimen de dominación, afirman que “el capitalismo global
funciona como un proyecto lingüístico”. Otros, como Marco Revelli,
apuntan a “una nueva sumisión de cualidades genéricamente humanas a la
lógica de la empresa”. La plusvalía absoluta, la subsunción de la
sociedad en el capital de la que hablase Marx, pasa de tendencia a
tangibilidad histórica.
Es ahí, en ese proyecto totalitario del
capitalismo, donde podemos interpretar la precariedad del trabajo y de las
vidas. En la globalización capitalista todo el trabajo tiende a la
precariedad. La globalización es una política de clase que busca una
subordinación permanente del trabajo vivo y la deconstrucción del trabajo
como sujeto social. La deslocalización, la externalización o la calidad
total son algunas de las excrecencias, las palabras que forman la lírica
embellecedora de esta voluntad de poder del capital. En este sentido
podríamos decir que “el telemárketing no es un sector económico sino una
estrategia empresarial concreta de precarización y flexibilización de
grandes segmentos de la fuerza de trabajo a través de la externalización”
17.
En la globalización todo el trabajo deviene
potencialmente precario. El capital, al menos durante algunas décadas (el
límite temporal de la desruralización del que habla Wallerstein), puede
seguir hallando nichos laborales más precarios que los anteriores con la
única frontera material de garantizar las necesidades de reproducción de la
fuerza de trabajo.
Así nos encontramos que mientras la lógica
asalariada del trabajo sigue siendo un dogma incuestionable, sin embargo se
produce una descualificación creciente del mismo. El nuevo voluntariado, por
ejemplo, “crecería a la sombra de la precariedad”. “No es casual que la
“explosión” del voluntariado se solape en su inicio con una crisis del
mercado laboral” 18. El capital consigue
incluso convertir el altruismo en una punta de lanza más de la
precarización del trabajo, ataviada en este caso con los retales retóricos
de la economía social y solidaria que apenas alcanza a tapar sus
desnudeces.
Otro ejemplo revelador de la capacidad del
sistema social imperante para subordinar todas las facetas de la vida y las
iniciativas de cambio social a la lógica precarizadora es lo que ocurre con
la crisis de los cuidados. “La crisis de los cuidados no se convierte en
un desencadenante para exigir un modelo de organización social que priorice
las necesidades de las personas, sino que se está convirtiendo en un motor
de generación de más precariedad” 19.
Los precarios son precarizados y precarizan a
su vez también. En “la precariedad se entrecruzan numerosos ejes de
poder: la clase y el género, pero también la etnia y el país de origen o de
residencia, entre otros”. Pero el poder exalta las políticas de
identidad consiguiendo al mismo tiempo segmentos específicos de mercado y
competidores entre sí por las migajas de seguridad laboral y social. La
superposición de identidades se convierte en política comercial y en
estrategia de división de clase, simultáneamente.
Los jóvenes, sin testigo de lucha, desconfían
del movimiento obrero clásico que “ya no parece proporcionar una
esperanza colectiva y que, incluso, parece encerrarles en un mundo viejo, en
el que las palabras sociales ya no aferran realidad” 20. Los
inmigrantes sufren el turbio racismo de otros obreros nativos
agarrotados por el fantasma y el riesgo de la subproletarización. Todos
contra todos en este baile de máscaras de las identidades múltiples de la
posmodernidad.
El consentimiento de la precarización
creciente no es producto solo ni fundamentalmente de la “seducción del
espíritu del nuevo capitalismo”, sino el resultado de un entramado complejo
de violencia económica, social, simbólica y cultural.
La precariedad, la condición social obrera,
puede sacudirse la opresión e interpretar el deseo general de la
emancipación humana. La verdad universal es enteramente subjetiva,
unilateral como se encargan de recordarnos Zizek y Badiou. El surgimiento
singular de la verdad de la barbarie contemporánea puede incubarse en los
sujetos precarios: el movimiento antiglobalización y contra la guerra fue en
su inicio, precisamente, una primera tentativa de expresión.
Sólo en la ternura y el coraje de los
desposeídos, que retratase magistralmente Charlie Chaplin, se encuentra la
esperanza de otro mundo .
Referencias bibliográficas
1. “Los límites epistemológicos de los
análisis sobre el trabajo”, de Lina Gavira. Sociología del Trabajo número
34.
2. Obra esencial, de “Edward P. Thompson”
.Editorial Crítica.
3. Obreros y capital, de Mario Tronti.
Editorial Akal.
4. Manuscritos de Economía y Filosofía, de
Karl Marx. Editorial Alianza.
5. El telemárketing en España, de Angel Luis
Lara. Sociología del Trabajo, número 49.
6. El empleo precario, de Andrés Bilbao.
Introducción del CAES. Editorial Los Libros de la Catarata.
7. Manifiesto contra el trabajo, del Grupo
Krisis. Editorial Virus.
8. Más allá del siglo XX, de Marco Revelli. El
Viejo Topo.
9. Egolatría, de Guillermo Rendueles.
Publicado en
www.rebelion.org
10. “A vueltas con la condición obrera”, de
Stephane Beaud y Michel Pialoux, en Sociología del Trabajo, número 52.
11. Representaciones discursivas de la
precariedad, de Ana María Rivas Rivas. Publicado en Jornadas de Economía
Crítica.
http://www.ucm.es/info/ec/
12. El nuevo espíritu del capitalismo, de
Boltanski y Chiapello. Editorial Akal.
13. Guillermo Rendueles, obra citada.
14. El trabajo de Dionisos, de Antonio Negri y
Michael Hardt. Editorial Akal.
15. Historia y consciencia de clase, de Georg
Lukács. Editorial Grijalbo.
16. Ontología del ser social, de Georg Lukács.
Editorial Herramienta.
17. Angel Luis Lara, obra citada.
18. Voluntariado y precariedad, de Ángel Zurdo
Alaguero, en Sociología del Trabajo número 52.
19. La crisis de los cuidados: precariedad a
flor de piel, de Sira del Río, en Rescoldos número 9.
20. Obreros sin clase social, de Stephane
Beaud y Michel Pialoux. Trabajadores precarios, de Rafael Díaz-Salazar.
Ediciones HOAC.
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