Después de ver el
impresionante documental “La pesadilla de Darwin”
Supermercado y crimen o una diferencia
esencial entre Cuba y España
Por
Javier Mestre.
A vista
de pájaro, apretamos el botón de avance rápido (FFW) y se agolpan a toda
prisa las imágenes del saqueo sangriento del petróleo de los árabes, de los
niños pakistaníes cosiendo los balones del mundial de fútbol, de las
interminables maquilas de la India y Bangladesh, de las muchedumbres
de niños del oriente asiático fabricando a toda prisa juguetes y otras
baratijas electrónicas, el océano inmenso Pacífico con sus barcos atestados
de emigrantes, las mujeres del milagro chileno trabajando con pañales
para no tener que levantarse a mear, las fosas comunes en las que descansan
en guerra los campesinos paraguayos, brasileños, expropiados por el
agrobussiness y su desastre aterrador de la soja transgénica, el robo
alevoso de los hidrocarburos argentinos, las favelas de proletarios
abaratados en Brasil, el océano inmenso surcado aquí y allí de esquifes y
barcuchos repletos de emigrantes, el Sáhara ensangrentado y robado, las
decenas de miles de hambrientos polucionados sobre la balsa del petróleo de
Nigeria, los muertos infinitos de las guerras del germanio y el coltán en la
República del Congo...
Stop. Hoy
descendemos sobre la hermosa Tanzania. Nos teletransporta un
documental, “La pesadilla de Darwin”, de Hubert Sauper (véase
http://www.hubertsauper.com), producción franco belga y austriaca
estrenada en España en julio de 2005. No sabemos si se ha visto en Cuba. Es
una película imprescindible. Entre muchas otras cosas, el astuto director
nos muestra a una comisión delegada de la Unión Europea que felicita a
empresarios y gobernantes tanzanos por el cuidado que ponen en el proceso de
fileteado, envasado y congelación de las carpas del Nilo, la plaga que ha
destruido por dentro el inmenso lago Victoria. Se trata del petróleo
tanzano. Viejos aviones de transporte de la Europa ex socialista y la
antigua URSS se llevan toneladas y toneladas del preciado pescado a los
supermercados del primer mundo y traen medio en secreto cargamentos de armas
que alimentan las guerras del centro del continente africano.
El
avispado director del documental, mezclado entre el enjambre de medios de
comunicación tanzanos, inmortaliza la rueda de prensa de los sudorosos
funcionarios europeos. Disimuladamente, en mitad de las alabanzas europeas
–Tanzania a la altura del mercado mundial, instalaciones de primer nivel,
estándares europeos en higiene y envasado-, gira un poquito la cámara y
podemos ver qué está pasando en ese momento, bajo las mismas narices de los
enviados del primer mundo, en las calles de Mwanza,
la capital de la perca del Nilo. Entre la mugre caminan los chicos
famélicos, tullidos, se adivina una miseria sin límite.
En
Tanzania amenaza la hambruna mientras desvencijados Tupolevs aterrizan y
despegan, aterrizan y despegan, en un aeropuerto patético, sembrado de
cadáveres de aviones, para llevarse los preciados lomos, la
crème de la crème de las proteínas que pescan
los tanzanos en su lago moribundo. La perca del Nilo es un monstruo que
lleva medio siglo extinguiéndolo todo en el gran mar de agua dulce africano.
Sus rosadas carnes son ahora un artículo más de las bien surtidas
pescaderías de los grandes supermercados del norte y el pueblo tanzano se
tiene que comer las cabezas y las espinas de los horrendos animales. Tienen
prohibido pescar perca para autoconsumo y ya no queda prácticamente ningún
otro bicho que capturar en el lago. Los funcionarios de la UE se
deshidratarían de tanto vomitar si se les ocurriera darse una vuelta por un
secadero de espinas destinadas al consumo (subhumano, al parecer) de
los naturales de Tanzania. O por el infierno apestoso donde se fríen en
quién sabe qué grasa las cabezas de las voraces criaturas. No se pasean por
los campamentos basurero donde se hacinan pescadores, ex campesinos, en paro
junto con las prostitutas del negocio de la perca jubiladas por un sida sin
tratamiento de ningún tipo. No miran hacia los niños de la calle que
aprovechan los envases sobrantes del negocio de la perca para fabricar el
pegamento con el que olvidan el abandono, la miseria, a la madre muerta
de sida...
“La pesadilla de Darwin” es la pornografía del
sistema. Desnuda la obscenidad insoportable que mantiene nuestros europeos
supermercados bien abastecidos de refulgentes mercancías, mientras garantiza
el trabajo y los beneficios para el importante sector económico del
armamento. Por eso es tan importante que la vean los cubanos y cubanas. No
hay mucha diferencia entre Tanzania y el resto del África expoliada. No hay
mucha diferencia entre la impactante realidad que muestra “La pesadilla
de Darwin” y el origen de nuestra ropa, nuestros ordenadores o los
juguetes con los que sepultamos a nuestros hijos en sus habitaciones de
clase media.
En España
se venden a diario toneladas de perca del nilo. La distribuyen con la
etiqueta engañosa de “mero” y llega a los supermercados y pescaderías de
todo el país. En la web
http://www.notecomaselmundo.org nos informan de que sólo en el mercado
central de Barcelona se distribuyeron, en 2004, alrededor de dos millones de
kilos de este pescado. Así que compramos mero y contribuimos
inmediatamente a todos los crímenes que uno pueda imaginar (y a algunos más,
seguramente).
Así que
aprovechamos para decir que ahí estriba la diferencia entre Cuba y España.
Cuando un cubano gasta su magro salario, alimenta la lucha de una nación
entera contra el sistema del crimen y el expolio. Tendrá problemas, sufrirá
carestías, dificultades de abastecimiento, incomodidades cotidianas. Pero
puede caminar con la cabeza bien alta y la conciencia bien tranquila, porque
un ciudadano cubano no es nunca un criminal por omisión. Más bien
todo lo contrario.
Sin
embargo, cuando un español disfruta de sus ventajas de obrerillo
primermundista, alimenta la maquinaria infernal que comete, con toda la
naturalidad del mundo, las más abyectas atrocidades. Las que enseña
“La pesadilla de Darwin” y todas las que, como si nada, esperan a que
alguien se tome la molestia, si quiera, de registrarlas. Con nuestros euros
apretamos el gatillo y no hay dignidad que resista el saber la verdad de lo
que construimos por omisión. |