Mecaniqueros, documental sobre Cuba exhibido
en la televisión pública española.
Un juicio
sesgado de lo público en el tribunal de lo privado
Por
Javier Mestre.
¿Cómo mirar donde la
vista no basta? ¿Cómo otear sin mover la cabeza?
La televisión española
acaba de emitir una serie de documentales franco alemanes sobre Cuba en los
que predomina, cómo no, una imagen desastrosa de la vida en la isla. Nos
vamos a detener en el más suave con el socialismo.
Por supuesto, los
reporteros europeos no se molestan en hablar con nadie del régimen,
que aparece como un gran hermano que apenas se comunica con la
población más que a través del rostro de Fidel en la tele y con draconianas
prohibiciones. Por supuesto, los reporteros no muestran ni un solo detalle,
ni uno solo, del sistema de seguridad social cubano, o de las motivaciones y
argumentos de los millones de personas en que se apoya firmemente la
Revolución.
En Mecaniqueros (Realización:
Joanne Michna, producción: canal ARTE, Francia 2005,
emitido en el espacio "La noche temática", en La Dos, de Televisión
Española, a las 00:00 horas del domingo, 07 de mayo de 2006) parece que la
supervivencia en Cuba dependiera fundamentalmente de la libre
iniciativa que se desarrolla ilegalmente, duramente perseguida por un
Estado que, al parecer, condena a cuatro años de cárcel a todo aquel que
deje su trabajo colectivo. Extrañamente, en el programa no deja de salir
personal plenamente ocioso que no tiene miedo ninguno de mostrar su rostro,
incluso su casa y la calle donde viven, así como todas las pequeñas
corruptelas que desarrollan para ganar plata o conseguir cosas. Vaya gran
hermano tan relajado.
Rodado en Habana
Vieja-Centro Habana, el documental muestra justamente el particular
mundillo cubano con el que se suelen encontrar buena parte de los
turistas que viajan a Cuba. Desde Habana Vieja-Centro Habana se juzga Cuba y
la Revolución con una frivolidad a menudo insultante. Conseguidores de todo
tipo con una labia impresionante que se autoheroifican por todo lo
que tienen que sacrificarse para sobrevivir. Construyen un
discurso lleno de incoherencias e injusticias para con el esfuerzo
revolucionario y la realidad que el socialismo ha traído a la isla. Y los
reporteros europeos les dan todo el pábulo posible con una
unilateralidad que sólo puede ser propia de la propaganda.
Fulano es bailarín de
altura, pero se gana la vida con el restaurante privado de su familia. Menos
pintura para dar un aspecto menos mugriento a su casa, no le falta de nada.
Exhibe un cuerpo bien formado, atlético, propio de una alimentación rica en
proteínas. Tiene tiempo para ayudar en el restaurante, charlar, colaborar
con el mecaniquero jefe en sus trapicheos recorriendo media ciudad a
pie para hacerse con un interruptor de luz. Un tal Vladimir, que tiene un
pequeño taller de reparaciones en casa, le ofrece un estupendo
invento para suplir la carencia de interruptores. Vemos cómo se lo da gratis
al supuesto mecaniquero, sólo por el placer de mostrar su ingenio.
Vladimir nos cae mejor, muestra esa realidad que la Revolución tan bien
defiende: el dinero no lo es todo, ni mucho menos.
Mengano, claramente el
jefe de la banda, trabaja en no sé qué del Estado (¿de veras? Pues va
poco al curro) y luce una buena barriga y una complexión fuerte.
También es un tipo saludable y refulgen en su piel brillante una enorme
cadena de plata y pantalones pirata de los que están de moda en
Europa. Tiene tiempo para darse un buen garbeo por Viñales con sus amigos
para comprar un cerdo, o para pasar las horas sentado en el umbral de su
casa esperando a que sus clientes acudan a solicitarle apaños de toda
índole. Dice ser un tipo con iniciativa, paradigma del empresario al
que la Revolución no le deja desarrollarse. Sueña con tener su propio
negocio (como si no lo tuviera ya) y curiosamente asocia a esta idea la de
"tener un futuro, una mujer que me quiera, hijos". Pero mientras
tanto, lejos de buscar estabilizar su existencia, disfruta, y bien, con sus
tareas de buscavidas con teléfono móvil de penúltima generación.
Curiosamente, no aparece
ni un átomo de violencia en las existencias de este personal presuntamente
desesperado por las restricciones y carestías del socialismo. Bailan,
sonríen todo el tiempo. En su dura tarea por sobrevivir se lo pasan
bomba bañándose en las tripas de un mogote de Viñales, o en la fiesta que le
organizan a una niña por sus quince años. No tienen patrón que los explote,
ni horarios extenuantes, ni malnutrición, ni enfermedades.
Y... ¿qué es lo que
resuelven? Que algunos cubanos puedan llevar a su novia al restaurante;
montar un pedazo de fiesta con música de calidad en directo -impensable algo
así para una familia trabajadora en España- para una niña que cumple los
quince (la mamá se queja de que tiene que trabajar para ganarse la vida y de
que lleva una año y medio ahorrando para la fiesta de la hija, a la que ha
tenido que criar ella sola; a la muchacha se la ve feliz y bien
nutrida, no ha tenido que currar ni un minuto de su vida, está hecha
una auténtica princesa); que un músico, a cambio de tocar en la
fiesta, consiga ponerse un diente de oro...
No parecen problemas de
supervivencia básica, vaya. En el documental no se explica en realidad cómo
se organiza en la Cuba socialista lo esencial, a saber, la
alimentación, los bienes básicos, la escolaridad, la salud... de todo el
mundo sin excepción. No sale lo que explica que en todo el reportaje no
aparezca ni un solo crío trabajando o buscándose la vida (¿cuántos niños
de la calle aparecerían en un documental sobre un barrio humilde, como
la zona de Jesús María, pero en Colombia, Ecuador, México, Argentina o
Brasil?). No hay ni la menor señal de lo que explica tanta felicidad
en la escasez... en mitad del bloqueo estadounidense. ¿Por qué no dice nada
de la guerra económica el documental, cuando resulta que tiene mucho que
ver con la carestía de bienes básicos? Todo el mérito se lo queda la
iniciativa privada de los mecaniqueros.
Esa escasez a la que casi
podríamos llamar austeridad, ese reciclaje intensivo de las
cosas que muestra el programa, no serían posibles sin la cartilla de
racionamiento que garantiza la nutrición básica de los menores y ancianos,
así como más de un tercio de las necesidades mensuales de comida y otros
enseres de un adulto. Sin un sistema educativo que, además, canaliza buena
parte de las necesidades nutricionales de los niños. Sin un sistema de salud
que funciona y que llega hasta el último rincón del país.
¿Y qué es mejor? ¿Hacer
interruptores con envases de pasta de dientes o tirarlos a la basura en el
círculo infernal del consumo capitalista que está acabando con el planeta?
¿Pasar la vida inventando o sin ver la luz y sin poder salir ni a
hacer pis, en la maquila mexicana o en el telemárqueting español?
En Cuba, el bloqueo tiene
el efecto secundario de mostrar la senda de la sostenibilidad de la
sociedad humana. Todo ese ingenio da el valor que merecen a las cosas y
ahorra contaminación y malgasto de los recursos naturales.
La primera reflexión
crítica que, en justicia, habría que hacer a la vista de todo esto:
Sería una pena que el desarrollo económico en el que, poco a poco, está
entrando la economía de la isla, diera al traste con tanta reutilización,
con tanto reciclaje, con ese pequeño paraíso del ecologista donde nada se
tira y todo se resuelve. Ojalá el Estado cubano entre mucho mejor a
resolver, que esa marea de ingenio no se vea constreñida a lo
marginal y lo privado. Que sea capaz de acercarse a toda esa realidad de
manera más positiva, no como mera ausencia, y la pueda revertir
completamente hacia el esfuerzo por la dignidad y la independencia.
La segunda reflexión
crítica que, en justicia, habría que hacer a la vista de todo esto: Hay
mucha batalla cultural por librar cuando los sueños de muchos son de
telenovela, como la niña que celebra su fiesta imitando el fasto
televisivo, o la vieja que echa de menos la programación televisiva de
gobiernos anteriores (Batista, vamos) porque sí que era buena y no lo
que echan ahora, que sólo hay una telenovela al día.
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