Brigada Informativa

"Elpidio Valdés"

 

 

 

 

 

 

 

 

David González, de 32 años, es un profesional de la publicidad y las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Nos cuenta su experiencia en este campo en la realidad de la capital de la España esa que "va bien".

<<Empecé a estudiar Publicidad y estuve dos años, pero lo dejé. Ya estaba trabajando en temas de edición de gráficos, en una agencia de publicidad, y me empecé a formar en cursos de academias y escuelas especializadas en diseño gráfico y artes gráficas. También hice algo de inglés a nivel medio, aparte de lo que vas haciendo con viajes. Mi formación no es universitaria. La he basado en la experiencia laboral.

Empecé a trabajar con dieciocho años, a la vez que intentaba compatibilizarlo con los estudios. La carrera me la estaba pagando yo, porque era una universidad privada. El primer trabajo “decente” que tuve –porque me metí en cada cosa…- fue una inmobiliaria estafadora que compraba pisos, los arreglaba un poco y luego los vendíamos.

El siguiente trabajo consistió en meterme en un pequeño estudio de publicidad muy precario. Estuve cuatro años sin contrato, de modo que cuando me fui me quedé con lo puesto, sin poder justificar en mi currículum la experiencia adquirida. La empresa, encima, quebró, de modo que no quedó ninguna referencia de lo que había estado haciendo.

El siguiente trabajo “gordo” fue el último. Realmente, mi experiencia laboral es de bastantes años, sobre todo si se compara con la de otra gente de mi edad que lo lleva a otro ritmo porque estudian la carrera universitaria completa. Este empleo duró ocho años. Era una empresa dedicada a la multimedia y a la formación a través de Internet, eran temas muy punteros. Era una empresa muy familiar, doce trabajadores, y hará dos años que se fue a pique. Siempre flotaba en el ambiente el miedo a que las cosas no fueran bien. Estaba bien de contrato, llevaban más o menos bien la legalidad de las relaciones laborales. Pagaban poco. Se echaban muchas horas extras. Recuerdo fines de semana enteros de trabajo, llegamos a dormir allí. Currábamos como cabrones por poco dinero.

Con los años me fui estabilizando, pero siempre sentí ese acojone. Y un buen día, recuerdo que era un jueves, nos dijeron: el lunes estáis todos en la calle y además no tenemos pasta para indemnizar ni nada. Los empleados más antiguos nos reunimos con la empresa y nuestra reflexión fue: claro, esto lo vas viendo venir, no cierres así. Y ellos nos respondieron diciendo: no os vamos a poder pagar, si queréis seguir trabajando, podéis, pero no os vamos a pagar. Hubo gente que no pudo aguantar y se marcharon, pero cinco estuvimos trabajando cinco meses sin cobrar. Al final, la empresa, para deshacerse de nosotros y no tener que indemnizarnos, nos denunció por robo. En la carta de despido alegaron que habíamos robado a la empresa, que habíamos insultado a los empresarios. Tuvimos que ir a declarar a comisaría como delincuentes y acudimos a los abogados del sindicato al que nos habíamos afiliado, la Unión General del Trabajo (UGT). La experiencia que obtuvimos fue que a los letrados, que tenían su sueldo fijo, les daba igual si ganabas o perdías, no se preparaban los juicios, no tenían ni puta idea de cómo nos llamábamos. Los cinco, en el proceso, cambiamos varias veces de abogado porque los cambiaban de destino, un desastre. En la práctica, ahora mismo estoy en paro.>>